Andalucía en la Historia ha conocido cambios en su presentación, en su estructura y en su dirección. Carlos Martínez Shaw tomó el relevo al frente de la revista con el objetivo de relanzar este proyecto editorial del Centro de Estudios Andaluces, fundado y dirigido en sus primeros años por José Calvo Poyato. Mientras estaba inmerso en este trabajo, el profesor Martínez Shaw recibió una excelente noticia: su nombramiento como miembro de la Real Academia de la Historia. Esta extraordinaria distinción ha sido un merecido reconocimiento a su prestigio como historiador y a su larga y fructífera trayectoria académica. Es obligado recordar aquí que, cuando la divulgación de la historia no estaba demasiado bien vista en el ámbito universitario, Carlos Martínez Shaw –entre otros pocos- apostó decididamente por la necesidad de participar, impulsar y colaborar con aquellos proyectos orientados a difundir el conocimiento histórico. De este trabajo se ha beneficiado Andalucía en la Historia, aunque su nueva dedicación a la Academia haya supuesto su renuncia a la dirección.
No se inicia, pues, una nueva etapa. La revista mantendrá un esquema similar y se elaborará con la misma ilusión y la misma voluntad de servicio a la comunidad andaluza. El tema central de este número está dedicado a la Andalucía Barroca. Durante el otoño de 2007 y primeros meses de 2008, la Consejería de Cultura ha desplegado un sólido programa de actividades culturales para ensalzar y revisar el patrimonio artístico barroco andaluz.
Andalucía en la Historia a querido ser sensible con este proyecto y el presente número, el 18, el de la mayoría de edad, es una aproximación a tan singular período. La impronta del Barroco es de tal magnitud que se podría afirmar, siguiendo la interpretación del profesor Bonet, que desde el siglo XVII Andalucía es barroca. Aunque el Barroco fue un movimiento cultural nacido en Italia y regenerado en España, tuvo a nuestra tierra como un escenario privilegiado, no sólo por la extensa y magnífica nómina de creadores de todo signo o por el extraordinario impacto urbano, también porque Andalucía hizo del Barroco una cultura propia.
En los últimos años el debate sobre el concepto Barroco ha incidido en su complejidad (época histórica, movimiento artístico, actitud ante la vida,...). El Barroco fue una cultura masiva y urbana, identificada con los intereses de la Iglesia y el Estado, ¿producto de la Contrarreforma? o ¿la práctica de las directrices contrarreformistas, con los jesuitas como adalides, fue una adaptación a la nueva época? Época de contradicciones y conflictos. Los discursos –alienantes de masas- dirigidos a impedir la conciencia de crisis no pudieron impedir que el Barroco fuese una época cargada de protestas y rebeldías.
La cultura del Barroco fue plural. Ni siquiera la Iglesia triunfante fue homogénea en su interior y en sus fuerzas. Tampoco la Monarquía pudo evitar que su modelo teológico-político del Estado entrara en una crisis larga, agónica e irreversible. El Barroco buscó la auténtica simbiosis del espíritu cristiano y las formas clásicas, pero fue, ante todo, un teatro permanente, una exhibición del poder de la retórica, del disimulo y el artificio. En definitiva, el Barroco fue una lógica cultural colmada de apariencias que se representó a sí misma.
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