Entre el amplio repertorio de piezas que fueron adquiriendo la categoría desouvenir, destacaron fundamentalmente prendas de vestir, sobre todo trajes de majo y algunos accesorios como las mantillas y abanicos, auténticas obras de arte que llegaron incluso a formar parte de colecciones como la de la familia Ford en Londres.
Hacia 1845 Richard Ford, en su ‘Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa', recomendó adquirir trajes de majo como los que se veían en la Feria de Mairena en Sevilla: "Es una curiosa escena de gitanos, legs chalanes y pintorescos bribones: aquí el majo y la maja brillan en toda su gloria". "Los españoles, tanto los de las clases altas como de los de las bajas, tienen todos traje nacional; recomendamos insistentemente, tanto a las damas como a los caballeros, que se surtan de atuendo à l'Espagnole en la primera ciudad donde lleguen". De lo contrario, continúa, "se expondrán a que todos les miren y a verse importunados por los mendigos, que se ceban particularmente con los extranjeros". El propio Richard Ford regaló a su mujer Harriet un vestido de maja negro con la intención de hacer "morir de envidia a las andaluzas", como escribió a su amigo Addington en diciembre de 1832, pues lo hizo adornar "con innumerables galones y colgantes y con una gran profusión de botones de plata".
El atuendo de majo se convertiría en el más apreciado y solicitado por los viajeros. Por su riqueza, estos trajes se encargaban a un sastre que, además de confeccionarlo a medida porque debía quedar ajustado como un guante, se componía al gusto del cliente en función de los elementos decorativos que quisiera incorporarle: caireles, botones de plata, bordados de hilo de oro o en seda... Alexandre Dumas o Théophile Gautier fueron algunos de los ilustres viajeros que, junto a Richard Ford, adquirieron estas prendas como recuerdo de su estancia en Andalucía.
A la demanda de este traje típico se sumarían la mantilla y el abanico. Antoine de Latour, hispanista francés, escribió en 1840: "(....) La mantilla en Andalucía forma parte esencial de la belleza de la mujer (...) Para cada momento es necesario una mantilla especial: para las visitas, la mantilla negra; para los toros, la blanca. La Iglesia requiere una más severa: no basta el encaje; algunas cintas de terciopelo añaden la conveniente gravedad (...) Es el complemento indispensable para la belleza andaluza".
Junto a la mantilla, el abanico resultó ser otro complemento imprescindible, convirtiéndose en un apéndice natural de la mujer de cualquier condición. Desde los sencillos abanicos de papel que pregonaban los vendedores ambulantes hasta costosas piezas realizadas con encajes rococó. A De Latour una andaluza sin abanico le recordaba "un alma en pena, un soldado desposeído de su arma". El abanico era también una pieza básica para sofocar los calores estivales. El escritor e historiador sevillano José Gestoso y Pérez escribiría sobre esta "mercancía de verano": "En los días primaverales de nuestra renombrada Feria de Abril, en que ya el sol pica más de lo regular, cuando el pueblo acude rebosando de alegría (...) sálenle al paso los vendedores de abanicos, llevando pendiente del brazo izquierdo un canasto repleto de ellos" (...) "¡Abanicos!, ¡abanicos de calaña, que se rompe el papel y queda la caña! ¡A perra chica!".
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