05 feb 2009

Entrevista a Alfonso Kint, director y productor de Hilda, documental ganador de la Estrella de Plata de la segunda edición del Concurso Internacional sobre la Memoria de Andalucía, IMAGENERA

“Este documental pretende reflejar el contraste cultural, social y generacional entre un joven de Madrid, llena de ruido, artificios tecnológicos y polución, y su abuela de un pueblo andaluz, rodeada de campo, aire fresco, huertas y gallinas”.

Recibes la Estrella de Plata como primer premio del Concurso IMAGENERA por el documental Hilda, ¿cómo interpretas este galardón en tu trayectoria profesional?
En primer lugar, desde que me comunicaron que había ganado el primer premio, no he dejado de dar las gracias cada día que ha pasado. Es una gran noticia que me impulsa a seguir creando, ya que reconoce todo el trabajo realizado con tanto tesón. He tocado varios palos artísticos, pero de lo que más orgulloso estoy hasta el momento es de Hilda. Haber ganado este galardón significa que he encontrado por fin mi camino después de muchas apuestas que no llegaron a cuajar. Por tanto, he de seguir este camino con nuevos proyectos.

¿Qué te motivó a concursar?
Cuando comencé a editar Hilda, no tenía intención de concursar en ningún festival. Sólo pensaba en hacer un regalo a mi abuela. Fui ordenando los planos y depurando las secuencias pensando sólo en eso, pero cuando terminé, me di cuenta de que había hecho algo muy diferente de lo que estamos acostumbrados a ver. Se lo mostré a Tristán Ulloa y a Carolina Román, su chica, y les encantó. Me dijeron muchos piropos y eso fue lo que me motivó a presentarme, sabiendo que, aunque no era una película comercial y ortodoxa, no tenía nada que perder. En el circuito de festivales podemos encontrarnos de todo y, entre otras cosas se ve mucha producción audiovisual hecha con muy buenos medios, pero carente de contenido. Esta es una pieza delicada y artesanal, hecha sin medios, pero con mucho amor.

Defines Hilda como “la historia de un viaje al corazón de una mujer que a sus 90 años ya no tiene por qué callar nada”, ¿qué aporta su testimonio individual a la memoria colectiva?
Si pienso en el futuro, a veces pasa por mi cabeza la idea de que todo es cíclico.  Por tanto, tendría que nacer alguna generación que se parezca a la de mi abuela. Pero el caso es que, de momento, en sólo tres generaciones, nos hemos distanciado en casi todos los aspectos. El testimonio de mi abuela aporta a la memoria colectiva una sabiduría impresionante, aunque llena de humildad. Es sincera en sus reflexiones y no juzga, tan sólo opina de forma consecuente con sus pensamientos y sentimientos, y habla de valores que están en extinción en una sociedad en general frívola e individualista. Por otro lado, lo que pretende reflejar este documental es el contraste cultural, social, espiritual y generacional entre un joven de una ciudad como Madrid, llena de ruido, artificios tecnológicos y polución, y su abuela de un pueblo andaluz, rodeada de campo, aire fresco, huertas y gallinas, que ya no va a misa porque está muy mayor, pero que aún respira 90 cotidianos años.

¿Qué te impulsa a realizar un documental para explorar las relaciones intergeneracionales?
En cierto modo, todo empezó de un modo casual. Mi madre me llamó para pedirme que fuera a cuidar a mi abuela a Obejo, un pueblo en mitad de la Sierra Morena cordobesa, pero le dije que me era imposible. Mi amigo Tomás me convenció y me llevé la cámara fotográfica. Era una buena oportunidad para grabar a mi abuela, una persona de otra época y el ser más anciano con el que comparto bastante genoma, dejando así parte de su memoria natural capturada en un disco de memoria artificial. No tenía nada pensado, aparte de hacer compañía a mi abuela e invitarla a participar en una especie de juego en el que la única regla consistía en no mirar a la cámara. Le dije que me gustaría hacer un documental en el que se reflejasen los pensamientos de una mujer que ha vivido muchos cambios, tanto en el marco social como en el personal. Y accedió, mostrándose tal cual era.

Uno de los argumentos del jurado para premiar tu trabajo ha sido la innovación en el lenguaje audiovisual, ¿qué aportas en este sentido?
Al contrario de lo que podría parecer, creo que el hecho de que la cámara no fuera una cámara de cine o de vídeo profesional acabó jugando a favor de lo que me proponía contar. Las limitaciones técnicas, en este caso, forman parte de la esencia del proyecto. Una cámara fotográfica compacta de 7 megapíxeles en función vídeo. Una batería. Una tarjeta de memoria. Nada más. Así se eliminan una serie de elementos (iluminación, sonido, decoración…) que entrarían en juego en el caso de un rodaje de cine convencional. Prescindir de todo ello suponía ganar en intimidad y discreción. Y entrañaba, en cierta manera, un interesante y justificado reto a nivel técnico y económico. Muchas de las tomas no hubieran sido posibles con la presencia de un equipo aparatoso. Intento narrar la realidad desde un punto de vista natural, improvisado, fresco, sin un guión previo.

Eres un creador prolífico (pintura, dibujo, diseño, música, escenografía…) pero, ¿cómo te defines y con qué estilo o técnica te identificas más?
Desde que era pequeño me intenté comunicar utilizando un modo de expresión artístico. Comencé escribiendo y dibujando cuentos para entretener a mis hermanos, pero los personajes eran estáticos, así que cambié el formato de la página por el de las tiras muy largas de papel llenas de dibujos separados por pequeños cuadrantes que deslizaba a través de las ranuras de otro papel más grande, simulando el efecto del cine. El audio iba grabado en una cinta magnetofónica con todo tipo de efectos sonoros hechos de forma casera. Así que, en cierto modo, estoy más familiarizado con el lenguaje audiovisual. Algunos años más tarde, con Hilda, ha sido como volver a mis orígenes.

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Alfonso Kint
Alfonso García Quintanilla, Alfonso Kint, nació en 1976 en Madrid, donde reside en la actualidad.
En sus inicios profesionales trabajó como ilustrador para una agencia de publicidad, para años más tarde adentrarse en el mundo del cine como atrecista de rodaje. Trabajó con Fernando Trueba en la película El Embrujo de Shanghai y en Ciclo, el primer corto de David y Tristán Ulloa. Además es dibujante de storyboards y músico profesional.

 

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