El Centro de Estudios Andaluces ha editado el libro ‘Recuerdos de Viaje. Historia del souvenir en Andalucía', un trabajo de la investigadora sevillana y profesora de la Escuela de Arte Dramático de Sevilla, Rocío Plaza Orellana, que realiza un recorrido por los souvenirs, "esos pequeños objetos que guardan la titánica tarea de preservar la memoria de un tiempo en el que se fue feliz".
Esta obra, que forma parte de la colección ‘Imagen de Andalucía' de la que ya se han editado once títulos, sigue un itinerario histórico desde finales del siglo XVIII a la actualidad. La autora ofrece un recorrido por la evolución de los souvenirs y, sobre todo, de quiénes los compraban y quiénes los producían, porque estos pequeños objetos son mucho más que postales, camisetas, mantillas o azulejos; su concepción y ejecución son el resultado de una interesante encrucijada entre cultura, industria e identidad que no debe de ser obviada.
Este nuevo volumen se ha presentado en el marco de la Feria del Libro de Sevilla en un acto que ha contado con la participación de Mercedes de Pablos, directora del Centro de Estudios Andaluces; Javier Hernández-Ramírez, profesor de Antropología Cultural de la Universidad de Sevilla y la autora, Rocío Plaza.
La obra parte de una certeza: "entre el pasado y el presente, en Andalucía la mayoría de los motivos que decoran o dan forma a sus souvenirs se comparten, aunque en el tiempo su confección artesanal por otra industrial y con ello sus materiales, sus formas y sus brillos. Una cadena de eslabones sin mella se ha ido tendiendo invisible uniendo al viajero con el turista a lo largo de los siglos".
Así las cosas, el hilo conductor del libro es analizar cómo ha sido posible que esto fuese así; cómo ha sido posible que la imagen de Andalucía inventada por los viajeros románticos - materializada en esos pequeños y evocadores recuerdos - haya permanecido nítida hasta hoy llegando incluso a forjar una parte nada desdeñable del imaginario colectivo e identitario común a todos los andaluces.
Una imagen que fue elaborada por los viajeros románticos y que fue asumida a la postre como signo de identidad por los propios andaluces, resumida así por Plaza Orellana: "la belleza de sus monumentos, única por su naturaleza oriental; la singularidad de sus costumbres y sus gentes que se manifiesta en sus fiestas y su carácter; y sus bailes y cantes, sensuales y mágicos que se han conservado en el tiempo como una reliquia misteriosa, en permanente renovación sin quebrar su estructura originaria".
Evolución del souvenir
En un primer momento, los objetos turísticos que mayor interés despertaron en los viajeros del siglo XIX no estaban expuestos en tiendas ni en escaparates, sino en los espacios de diversiones públicas a los que acudían los andaluces: los paseos, las tertulias, las fiestas privadas, los teatros. Los viajeros se hacen con objetos y sobre todo con prendas que se convertían en distintivas de su viaje a Andalucía para así recordarla siempre como mantillas, flores para el pelo, abanicos, mantones, zapatillas, para las mujeres, y en el caso de los hombres, sombreros, botas y hasta trajes de majo. Prendas que, sin embargo, cuando son adquiridas por los viajeros, la mayoría de ellos británicos, ya no eran de uso común entre los andaluces, de tal modo que debía comprarlos a artesanos o sastres especializados; es decir los viajeros demandaban objeto típicos que los propios andaluces entonces no sentían como tales. A ellos se sumaron después objetos a modo de souvenir como guitarras, castañuelas, cuchillos y navajas.
En una segunda etapa (segunda mitad del XIX), a esta nómina de objetos se sumaron otros productos de una pequeña industria creada para atender las demandas de los visitantes, algunos de ellos ya disponibles en tiendas: figuritas de barro que representaban los distintos tipos andaluces, lozas (como la de la Cartuja de Sevilla) y antigüedades (monedas y pintura barroca), cuadros costumbristas, fotografías y postales, al tiempo que el mantón era demandado con fuerza como souvenir por los viajeros.
Ya en el siglo XX, "eso que terminó llamándose turismo en Andalucía" -que según la autora en sus orígenes no fue sino un esfuerzo de los más humildes por atender las demandas de los viajeros- se convirtió en un sector económico en auge. La playa se incorporó a la cartografía del viaje, hasta entonces monopolizada por las grandes rutas patrimoniales (Granada, Sevilla, Málaga, Ronda, Córdoba) y los souvenirs comenzaron a estandarizarse aunque aún estaban a caballo entre la artesanía y la industria: abanicos, castañuelas, guitarras, guantes, fotografías, guías de viaje, etc.
Con la irrupción del turismo de masas, ya en la segunda mitad del XX, el libro señala cómo se produjo la construcción de una industria rentable en la que la materia prima -la iconografía- procedía de una cultura de la que apenas quedaban ascuas vivas. Es decir, cuanto más se distancia la sociedad del tópico con los que los viajeros románticos identificaron Andalucía más souvenirs que redundaban en el tópico se producen y venden: camisetas, azulejos, vasos, trajes de flamenca, toros, figuritas de bailaoras, y un larguísimo etcétera.
La obra concluye con una interesante reflexión sobre la reinterpretación del souvenir como supuesto símbolo de la identidad andaluza en la obra de artistas y pensadores contemporáneos como Jonathan Hernández, Pilar Albarracín, Rogelio López Cuenca y Jason Rhoades, entre otros.
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